Homenaje a Vincenzo Forno
El pasado domingo 25 de septiembre, la Sesta se congregó a homenajear la memoria de nuestro mártir Vincenzo Forno, quien hace 141 años ofrendara su vida en el cumplimiento del deber mientras combatía un incendio en la Calle Castillo del Cerro Cordillera.
Con la colocación de una ofrenda floral en el memorial ubicado cercano al lugar de su inmolación, la compañía rindió homenaje al mártir caído en acto de servicio el 25 de septiembre de 1881, para posteriormente en el cuartel, nuestro Subsecretario Mauricio Riffo dio lectura a un sentido discurso:
Esta mañana de primavera nos encontramos acá, en uno de los barrios más antiguos de Valparaíso, lugar donde se inmoló en 1881 nuestro compañero Vincenzo Forno.
Más allá de volver a relatar qué ocurrió hace 141 años, quisiera detenerme en una expresión que busca explicar cómo alguien termina ofrendando su vida para salvar a otros: “murió cumpliendo con su deber”.
He revisado al menos cuatro versiones del reglamento de la Sesta y entre las obligaciones que se señala a los bomberos están las de asistir, obedecer y cumplir órdenes, concurrir a determinadas actividades, pero no se habla de morir por salvar una persona o proteger un inmueble amenazado por el fuego. Entonces ¿cuál ese deber, que incluso nuestro himno menciona?
Y el deber se define de varias maneras, la mayoría asociada a cumplir obligaciones, ya sean de carácter legal, moral, de gratitud o incluso pecuniarias. La primera y la última de esas acepciones las cubre la norma escrita. La segunda es la que debiera llamarnos a la atención: ¿a qué nos hemos comprometido, tanto como para morir, tal cual Forno lo hizo?
No todas las reglas constan por escrito en un reglamento. En nuestras familias, nuestros vínculos sociales o afectivos hay reglas tácitas y que valoramos tanto o más que las escritas: las normas morales. Y quizás en éstas entendamos ese tipo de deberes. El que, con su constante cumplimiento, nos ayuda a ser una mejor sestina, un mejor sestino.
Es la naturaleza de deberes que nos obliga a hacer las cosas que se espera que hagamos y a que las hagamos bien. Desde enrrollar una tira correctamente, no dejar a un compañero solo, guardar el material empleado, resolver amistosamente una diferencia, representar a nuestros oficiales y superiores algo que nos inquiete, capacitarnos y entrenar para hacer bien nuestro trabajo; en fin, ir más allá del mínimo esfuerzo y cumplir con los cometidos del mejor modo que nuestras capacidades lo permitan.
Lo último no siempre es fácil: supone algún grado de sacrificio, de ir más allá de la complacencia de un deseo personal; incluso el superar el titubeo que induce la pregunta “¿por qué yo y no el otro?. Pero, precisamente, ése es el más noble esfuerzo: hacer las cosas bien porque puedo hacerlas bien y porque debo hacerlas bien.
Y el 25 de septiembre de 1881, Vincenzo Forno no hizo más que hacer lo que se le encomendó con todas sus capacidades puestas en ello. Y terminó ofrendándose de forma más absoluta. Nadie nos pide eso. Pero sí estamos en condiciones de recordarnos cada uno de nosotros, qué deberes debemos cumplir.
Definitivamente, cumplir bien es el mejor homenaje que podemos tributar a Vincenzo, a Antonio, a Guido, a Paolo y a Umberto, nuestros mártires.