Vincenzo Forno Vacca
Muerto en acto de servicio el 25 de septiembre de 1881
Al igual que muchos italianos recién llegados a Valparaíso, ingresó a las filas de la Sesta en marzo de 1873, destacándose por su alto compromiso con el servicio activo.
Después de algunos años de alejamiento a la compañía por motivos laborales, regresa al servicio por Valparaíso vistiendo la tradicional guerrera azul característica de la Sesta y en 1878 se incorpora a la compañía su hermano Eusebio Forno.
El segundo semestre del año 1881 se caracterizó por la ocurrencia de numerosos incendios, algunos de grandes proporciones y graves efectos, siendo el más triste para la Sesta y la ciudad el ocurrido el 25 de septiembre, día en el cual caía en el campo del honor el voluntario italiano Vincenzo Forno, ejemplo para la posteridad de disciplina, sacrificio, carácter y nobleza. Él representa todas las características de los jóvenes inmigrantes italianos de la época, trabajador, modesto y tenaz a quien el destino le tenía reservado el cenotafio de los Mártires desde donde traspasaría el tiempo y las generaciones, no solo de los voluntarios sestinos, sino también de una ciudad entera agradecida con la entrega más alta que puede hacer un ser humano, rendir su vida por los demás como el más bello sacrificio supremo.
Fue el 25 de septiembre de 1881 a las cuatro de la tarde cuando las campanas de incendio llamaban a sus bomberos. Rápidamente los sestinos se corrieron al cuartel de Calle de la Victoria para agruparse en torno al carro “Cristóbal Colón” y los dos gallos portamangueras para salir raudos juntos a sus auxiliares al lugar del siniestro. Un pavoroso incendio con la complejidad del fuerte viento sur, afectaba una población de viviendas en la Calle del Castillo del Cerro Cordillera, en donde no solo las modestas casas de material ligero son presa fácil del fuego, no solo las pertenencias sino también la vida de muchas personas habitantes de las viviendas afectadas atrapadas al interior de estas.
El pánico y el terror se apoderaron de los habitantes del lugar al ver la violencia del fuego alimentado por el fuerte viento y la dificultad del acceso en la empinada calle. La escasez de agua no contribuía a contener al menos el avance de las llamas que amenazaban peligrosamente un gran conventillo vecino con muchas personas en su interior intentando salvar sus enceres.
Cuando la Sesta llegó al lugar se encontraron con el primer obstáculo, la calle estaba prácticamente bloqueada de muebles de los afectados por el incendio. En medio del desorden y el tumulto, se ordenó extraer agua desde el pozo de la Plaza Municipal, hoy Echaurren, y desde ahí la bomba a palancas “Cristóbal Colón” alimentaría las líneas que se comenzaban a desplegar por la Calle del Castillo, subiendo los pesados gallos portamangueras por la tortuosa calle colapsada entre varios voluntarios y auxiliares, entre ellos Vincenzo Forno.
Los sestinos, bajo una verdadera lluvia de chispas y tizones se abrían paso entre el gentío y los muebles para colocar un pitón hacía el segundo piso del conventillo a punto de ser devorado por las llamas, lo cual implicaría una tragedia aún mayor. Mientras tanto, Vincenzo Forno continuaba en su labor de llevar material a las primeras líneas, haciendo varios viajes desde la Plaza Municipal a la parte alta del incendio. Era necesario extender la larga armada y para lo cual se contaba con un pequeño carro auxiliar con mangueras acarreado por Forno y otros voluntarios. El esfuerzo físico ya sobrepasaba a la capacidad de cualquiera. Ellos luchaban con el peso, ellos luchaban contra el empinado camino ya resbaloso por el agua, pero con una tenacidad a toda prueba. En la parte alta, los pitoneros esperaban ansiosos el material restante para poder avanzar y atacar una enorme llamarada que se levantaba al cielo lanzando escombros ardientes en distintas direcciones. Vincenzo Forno se pliega sobre si mismo apelando a su entusiasta energía por un último esfuerzo. Un fuerte dolor al pecho, una sensación de sofocación, una misteriosa dulzura que adormece todo el cuerpo y el voluntario de la Cristoforo Colombo cae al suelo. Sus compañeros incrédulos ante la tragedia se detienen unos segundos mudos ante el caído, pero todo esfuerzo ya es en vano, Vincenzo Forno ha muerto como un soldado en el campo de honor y del deber. La triste noticia llega a los voluntarios que aún continuaban la lucha incesante en la parte alta, y dando un ejemplo digno de disciplina y abnegación, no cesan el trabajo ante tan grande desgracia hasta ser relevados de su puesto.
Mientras el fuego ya agonizaba entre las cenizas, los sestinos trasladan el cadáver de Vincenzo Forno a la Iglesia La Matriz.
A la mañana siguiente, después de solemnes exequias fúnebres, Vincenzo Forno es trasladado al cuartel de la Sesta, acompañado por todo el Cuerpo de Bomberos, la colectividad italiana y cientos de porteños hasta la capilla ardiente especialmente preparada con el féretro cubierto por la gloriosa bandera de la compañía y rodeado de decenas de coronas de flores.
Mientras tanto desde Santiago, un tren trasportaba delegaciones de todas las compañías del Cuerpo de Bomberos de la capital para unirse a los ciudadanos de Valparaíso para rendir honores en el gran homenaje a nuestro Mártir.
Toda la ciudad se convocó en la Calle de la Victoria, hoy Avenida Pedro Montt, para participar del póstumo homenaje al valeroso bombero sestino. El largo cortejo que abarcaba varias cuadras avanzó por las calles a los sones de las marchas fúnebres de las bandas militares. Valparaíso entero salió a las calles a despedir al héroe italiano que había rendido su vida por la ciudad.
El féretro era tirado a mano por el Superintendente Agustín Edwards, Comandante Manuel Antonio del Río, Director de la Sesta don Settimio Rondanelli y otros oficiales. Ya en el cementerio del Cerro Panteón, el voluntario Angelo Minetti pronunció sentidas oraciones fúnebres destacando el sacrificio del caído, mientras que a nombre del servicio activo, despidió los restos mortales el Capitano Luigi Sanguinetti.
La memoria de Vincenzo Forno vive por siempre en los corazones de todos nosotros, cuando el Ayudante nombra en la lista su nombre, la emoción embarga a todos y cada uno de los presentes, como si el espíritu del Mártir recorriera el cuartel, resguardando el honor de nuestra bandera a la cual rindió su joven vida.