El bombardeo a Valparaíso

El ultimátum fue definitivamente entregado el 27 de marzo de 1866 dando como última vía de escape la devolución de la Covadonga, lo que fue respondido por el gobierno chileno con un fuerte “Nuestra República no ha traficado ni traficara jamás con su gloria”
Esperando la ayuda de los navíos militares extranjeros surtos en la bahía se movilizó gran parte de los precarios sistemas de emergencia de la época a Valparaíso, realizando una larga reunión en el Palacio de la Intendencia, a la cual asistió el Comandante de la Asociación Contra Incendios don Aquinas Ried.
Los bomberos debían armar líneas de mangueras por las calles a los grifos la noche anterior al bombardeo, presentarse en sus puestos asignados a las 8 de la mañana con su uniforme completo, el cual por primera vez en la historia se le incluía el sable, en caso de algún desembarco de la infantería española.
Horas antes del bombardeo, los cónsules de Estados Unidos e Inglaterra dieron su negativa a iniciar un enfrentamiento contra la escuadra española para evitar el ataque y se decidió hacer una última representación a Méndez Núñez, la que firmaron los cónsules de las siguientes naciones: Austria, Bélgica, Brasil, Colombia, Dinamarca, Estados Unidos, Guatemala, Holanda, Italia, Noruega, Portugal, Prusia, San Salvador, Suecia y Suiza.

“La historia no presentara, por cierto, en sus anales ningún suceso que pueda

rivalizar en horror al cuadro que presentaría

el bombardeo de esta ciudad. 

Seria un acto de una venganza tan terrible, que el mundo civilizado se estremecería de horror al contemplarlo y la reprobación del mundo entero caería

sobre la potencia que lo hubiera efectuado.

El incendio y destrucción de Valparaíso, por cierto, serian la ruina de una

ciudad floreciente; pero esté V.E. bien persuadido de ello, serian

un eterno baldón para la España, la cuidad de Valparaíso se levantara de sus cenizas,

pero jamás se borrara la mancha que afearía al noble

pabellón de España si V.E. persiste en llevar a cabo su cruel intento”

Al amanecer del 31 de marzo de 1866, los porteños levantaban el pabellón nacional en sus casas y huían a los cerros en correcta evacuación con la ayuda de los bomberos quienes también preparaban sus bombas para resguardarse en sus puestos asignados por el Comandante, al mismo tiempo que las fragatas Blanca, Villa de Madrid, Resolución y la goleta Vencedora se acercaron a 700 metros de los puntos que debían batir. Los almacenes fiscales de la aduana, la Bolsa de Comercio, el Palacio de la Intendencia, el ferrocarril a Santiago, entre otros.
Las compañías fueron designadas a distintos puntos de la ciudad en donde debían mantener hasta finalizado el bombardeo. Los lugares asignados eran:
• Plazuela de San Francisco: 1ª y 2ª de bombas más la 1ª de Hachas, Ganchos y Escaleras junto a la 2ª de bombas de Santiago.
• Quebrada de Elías(Cumming): 5ª y 6ª de bombas más la 2ª de Hachas, Ganchos y Escaleras junto a la 1ª de bombas de Santiago.
• Hospicio de San Juan de Dios: 3ª y 4ª de bombas más la 3ª de Hachas, Ganchos y Escaleras y la Guardia de Propiedad.
A las 8 de la mañana, el blindado Numancia, tomaba ubicación en la retaguardia para dirigir el ataque sin tomar parte de el y lanzó el cañonazo sin bala para anunciar que a las nueve se rompería fuego mientras los barcos militares ingleses y americanos se alejaban del puerto. A esa hora, los últimos porteños que se habían negado a creer en el bombardeo dejaron la ciudad hacia donde el resto de sus vecinos ya se encontraban expectantes de la destrucción de su querida ciudad.
La Villa de Madrid, Blanca y Vencedora dirigieron sus fuegos contra los almacenes de la aduana. La Resolución disparó contra el ferrocarril, sin embargo, se movió de un punto a otro disparando contra un grupo de curiosos de los cerros, produciendo daños en los templos de jesuitas, en las iglesias La Matriz y en el Convento de San Francisco, donde se encontraba el grupo N° 1 de bomberos quienes vieron muy de cerca los balazos españoles. Notando Méndez Núñez que la saña con que se participaba esta fragata en el castigo a la ciudad, le ordeno se dedicara exclusivamente a los almacenes fiscales y dio orden a la Blanca para que continuara batiendo contra el ferrocarril. La Villa de Madrid disparo por elevación dos balazos contra la bandera que flameaba en el cuartel de Artillería, pero no logro derribarla, sino que ladearla. La Vencedora perforo el edificio de la Bolsa de Comercio que estaba frente al muelle y logro algunos impactos en el Palacio de la Intendencia, uno de ellos detuvo el reloj de la torre a las 9:20hrs.
A las 10 de la mañana comenzó arder la calle de la Planchada (Serrano), hecho que motivo a algunas compañías a intentar bajar a atacar el inmenso incendio que se comenzaba armar, pero una vez más la metralla española los detuvo. A las 12 del día, después de tres horas de incesante bombardeo, se logró incendiar las series tercera y cuarta de los almacenes fiscales, con 151 bodegas atestadas de mercaderías. El incendio se propago rápidamente por las calles de Cochrane, de Clave, y de Blanco, lo que convertía a todo ese sector en una inmensa hoguera.
A las 12:05hrs. Méndez Núñez dio la orden cesar fuego. Desde las fragatas se percibían los siniestros ruidos de la ciudad tan torpemente castigada, se derrumbaban con estrépito los techos de las casas y se desplomaban las murallas. En ese momento los bomberos y sus carros se abalanzaron contra los incendios.
La Sesta se le designo la calle del Cabo (Esmeralda), o lo que quedo de ella, para extinguir y evitar la propagación hacia los edificios aun no afectados por las llamas. Horas eternas de infructuoso trabajo hasta el día siguiente cuando se lograron contener las llamas y controlar el fuego para ser redirigida a la calle Clave donde varias casas alrededor de la Plaza Municipal (Echaurren) ardían como enormes hogueras, mientras la población retornaba a ver lo que quedo de sus viviendas, sus locales comerciales, plazas y la destrucción total del ferrocarril y las series 3ª y 4ª de almacenes fiscales, algunas iglesias y hospitales particulares.
Con este horrendo acto sobre sus hombros, la escuadra española mal mirada por todos los marinos del mundo zarpo a El Callao.